Captain Fantastic: ¿para qué tenemos hijos?
La importancia de criar una familia en nuestros propios términos
El domingo pasado vi Captain Fantastic (2016) y fue el entretenimiento ideal para el Día del Padre.
Cuenta la historia de una familia que vive en el bosque, alejada de la civilización. Los seis hijos son educados en casa con un rigor intelectual implacable y entrenados por su padre para sobrevivir por su cuenta en la naturaleza.
Algunos rasgos que distinguen a los chicos Cash:
Tienen nombres raros inventados por sus padres, como: Bodevan, Vespyr y Nai.
Visten con ropa colorida, algunas prendas hechas por ellos.
No tienen televisión, ni teléfonos, ni videojuegos.
No saben nada de cultura pop. Ni de muchas reglas no escritas de la sociedad.
No van a la escuela.
No han sido criados en una religión.
Leen materiales literarios avanzados para su edad.
No consumen azúcar ni comida procesada.
No censuran la desnudez, ni siguen otros tantos códigos sociales —como los modales en la mesa.
Osea que, como dice Brad Pitt en Once Upon a Time in Hollywood,
En los primeros minutos, nos enteramos de que Leslie, la madre de los chicos, se ha quitado la vida. La trama se pone en marcha cuando la familia decide ir a rescatar los restos de Leslie para cumplir con sus deseos de ser cremada (y no enterrada).
La figura central de la familia es el padre, Ben (Viggo Mortensen), quien dirige una operación aceitada, asegurándose de que sus hijos mantengan el ritmo de aprendizaje y cooperen con distintas tareas para contribuir a la subsistencia de la tribu. Dislocado por completo de la carrera de ratas, su única ocupación es criar a sus hijos.
El personaje no es perfecto, la misma cinta se encarga de revelar algunos errores graves y fallas de carácter. Pero, en su esencia, este padre ha entendido muchas cosas. Cosas que la mayoría de padres ni siquiera se acercan a entender en toda su vida.
La familia hace una parada en la casa de Harper, hermana de Ben y tía de los chicos. Es un gran momento en la historia porque muestra el choque cultural entre el clan y lo que sería una familia “normal”.
Por ejemplo, Ben no suaviza, censura ni oculta información a sus chicos. Así como en el camino explicaba sin pelos en la lengua lo que era una violación a su hijo más pequeño, en plena cena da una explicación científica de lo que es el crack, con todo y comentario social. Mientras que su cuñado camina de puntillas para no contar la verdad, Ben explica sin reparo a sus sobrinos que su tía se cortó las venas porque sufría trastorno de bipolaridad, entrando en detalles acerca de este padecimiento.
Cuando Ben habla de estos temas, su hermana y cuñado están visiblemente incómodos. Y es que cuando las cosas se ponen muy reales, solemos ponernos incómodos. Pero sólo porque así nos han enseñado. Lo que está haciendo Ben es romper con una cadenita de aprendizaje de normas sociales.
La hermana se molesta y abandona la mesa. Le reclama, bajo el argumento de que ella busca proteger a sus hijos para que no tengan que procesar información que son muy jóvenes para entender. Esto es lo que nos enseñan a la mayoría de nosotros. Que como padres, tenemos la responsabilidad de protegerlos de temas que creemos exclusivos de los adultos.
Curiosamente, los hijos de Ben conservan casi intacta su inocencia mientras que los hijos de la hermana parecen maleados, groseros.
Lo cual trae al frente la pregunta: ¿lo que queremos es proteger a los hijos o sólo evitar el reto de explicarles temas complejos?
¿Acaso no es cierto que, al no hablar con veracidad y transparencia, perdemos la oportunidad de sostener conversaciones significativas?
En otra escena, Ben le pide a su hija que le dé un análisis preeliminar de Lolita de Nabokov. Al principio, ella le dice que está “interesante” y “perturbadora”. Pero él la orilla a que sea más específica. Ella termina por explicar que la obra le hace sentir tanto empatía como asco por el personaje principal, demostrando la ambigüedad que suele surgir al hacer juicios de valor.
La interpretación que hace la chica de la novela trasciende al análisis superficial. Es un buen momento que ilustra el trabajo día a día de Ben para acostumbrar a su manada a profundizar en el conocimiento. Un aspecto más en el cual nada a contracorriente, siendo que nuestra sociedad prefiere que nos quedemos siempre en la superficie, en casi todos los sentidos.
Tal vez por eso muchas relaciones entre padres e hijos son superficiales. Tener relaciones honestas, profundas y significativas, es difícil. Lleva tiempo y dedicación. En el caso de los Cash, es posible gracias a esta cultura de ir más allá de la superficie y de hablar siempre con la verdad.
En general, Ben es la adoración de sus hijos y le tienen un respeto tremendo. Pero hay una oveja negra entre ellos que lo desafía en diferentes momentos de la historia. Cada uno de estos momentos ilustra un aspecto del estilo de paternidad que le hace merecedor de este respeto.
La oveja negra es Rellian, un preadolescente de temperamento feroz que por momentos no parece muy convencido de la cosmovisión familiar.
La primera vez es una escena en donde Ben y su hijo mayor están tocando una melodía lenta y perezosa en la guitarra. Rellian toma un cajón y comienza a golpearlo frenéticamente, tocando un ritmo acelerado que desencaja por completo con el mood. Ben lo mira a los ojos. Rellian le sostiene la mirada. Juras que lo va a reprender, pero en vez de eso, se une a su cadencia. Uno por uno, los otros miembros de la familia se unen también y la escena termina en un pequeño rave, con todos saltando, tocando y gritando.
Cuando muere su madre, las reacciones son de llanto, pero Rellian toma un cuchillo y comienza a gritar obscenidades dirigidas a su madre mientras apuñala un mueble de madera. Ben observa la escena impávido y estoico, comprendiendo el momento y permitiendo que su hijo exprese sus emociones.
Cuando celebran el Día de Noam Chomsky, Rellian se queja y dice que preferiría celebrar Navidad, como el resto de la gente. Su padre le pide que presente sus argumentos, que se explique, y abre la posibilidad a que de esa forma pueda cambiar la opinión del resto de la familia.
En cada una de estas situaciones, Ben expresa paciencia y un profundo respeto por su hijo. No menosprecia sus ideas ni sus actitudes. Al contrario, les da su lugar.
Cuando, como padres, exigimos respeto de nuestros hijos, muchas veces lo hacemos desde una postura autoritaria. Es decir, que pretendemos que nos otorguen ese respeto por el simple hecho de que somos sus padres.
Ese respeto puede existir, desde luego. Aunque casi siempre viene desde un lugar de miedo. Es un respeto endeble, sin fundamentos fuertes que aguanten tempestades.
Por el contrario, el respeto que emana como una respuesta de reciprocidad al respeto mismo que nosotros le tenemos a nuestros hijos, ese es mucho más poderoso.
Los hijos huelen nuestra hipocresía e incongruencia. Se dan cuenta cuando les pedimos modular su temperamento sin ser capaces de hacerlo nosotros mismos. Cuando les exigimos decir la verdad mientras nosotros no somos siempre honestos con ellos.
El nivel de respeto hacia sus hijos y de congruencia entre palabras y acciones es la base del liderazgo auténtico y genuino que Ben ejerce sobre sus hijos.
Conforme avanza la trama, Ben comete errores que ponen en peligro la integridad de los chicos. Se revela también que su obsesión por mantenerlos al margen de la sociedad les está haciendo daño en más de una forma. También se da a entender que su naturaleza testaruda pudo haber contribuido al deterioro del estado mental de su esposa.
Y en todas estas flaquezas, sus hijos están ahí para levantarlo y perdonarlo. Pero no de a gratis. Sino gracias a ese respeto que ha ido forjando en ellos a lo largo de los años. Lo dicho, un respeto mucho más sólido y duradero.
No haré veinte párrafos para predicar acerca de los horrores del capitalismo y la sociedad de consumo.
Pero considera esta pregunta:
¿para qué tenemos hijos?
Para muchos, sencillamente es la inercia de la vida. Soy de la opinión de que los grandes poderes fácticos del mundo tienen un gran interés en que la gente no se cuestione mucho esto. Lo que ellos necesitan son más consumidores, así que mientras la gente siga produciendo obreros que pasen toda su vida trabajando para mejorar su estatus social, para ellos mejor.
La pregunta se siente pesada porque tiene implícita otra. ¿Para qué es la existencia?
¿Para qué queremos compartirla, perpetuarla, otorgarla? ¿Tenemos hijos solamente para saber qué se siente tenerlos? ¿Porque sentimos que es nuestra obligación? ¿Porque los demás los tienen?
¿Tenemos una visión para nuestra familia? O lo único que esperamos es que crezcan, tengan algún trabajo de oficina, nos den nietos y ya. ¿Da igual cómo suceda esto?
Yo, por mi parte, soy un gran admirador de Ben Cash (por si no se había notado). Creo que no llegaría al extremo de mudar a mi familia al medio de la nada, pero tampoco quisiera que crecieran pensando que la vida como obreros en una ciudad es la única que existe. Ni que el único propósito, ni siquiera el más importante, es generar riqueza para ellos o alguien más. Crear o vender necesidades inventadas que no aporten un valor real a la sociedad. Perpetuar el crecimiento descontrolado del monstruo-come-objetivos-financieros que es la economía global.
Me gustaría formar personas capaces de absorber, meditar y compartir el vasto océano del conocimiento humano. Capaces de expresarse artísticamente sin miedo a lo que los demás piensen o digan de ellos. Capaces de entablar relaciones profundas, transparentes y auténticas. De pasar tiempo en la naturaleza y aprender de ella. De asombrarse hasta el último de sus días.
En otras palabras, de sacar el máximo provecho a su existencia en este plano.
En la secuencia final, la familia exhuma los restos de la mamá y van tocando su cuerpo y adornándolo con flores en el camino. Tengo que confesar que hasta a mí me provocaron shock esas escenas. Lo cierto es que para ellos era importante verla, tocarla, tener un funeral que fuera auténtico y fiel a quienes ellos eran. Fiel a quien ella era.
Y ahí te va lo que creo que la película ilustra.
La dificultad de ir en contra del orden establecido, especialmente cuando se trata de criar a una familia. Desde entrar a un funeral vestidos con todos los colores del arcoiris y recibir las miradas criticonas, hasta los duros juicios emitidos por la tía y el abuelo con respecto a las prioridades y las formas.
Esto es algo que las familias que hacemos homeschool conocemos bien. Lo mismo las que limitan el azúcar y la comida chatarra, las pantallas en casa o los contenidos violentos. Las que se niegan a inculcar una religión o el amor a la patria.
En general, la sociedad premia la uniformidad y castiga la rebeldía. Pero si hay un ámbito en la vida en el que vale la pena luchar en contra de estas presiones, pienso que es el de criar a una familia.
Esa es la mejor lección de esta película. El recordatorio de la importancia de resistir la inercia de amoldarnos. Y de ejercer la paternidad en nuestros propios términos, sin ceder ante la presión de la normalidad.
No tienes que ser un patriarca jipioso que se lleva a su familia a una ubicación remota para aplicar este principio. Basta con ser conscientes de las decisiones de crianza que tomamos y determinar si son propias o impuestas.
O en palabras de los Cash,
“Power to the people, stick it to the man”