Fight Club y el dilema de la masculinidad decadente
Más de 20 años después, esta historia aún toca fibras sensibles
“Somos los hijos de en medio de la historia. Sin un lugar ni un propósito. No tenemos una Gran Guerra ni una Gran Depresión. Nuestra Gran Guerra es espiritual. Nuestra Gran Depresión es nuestra vida”.
Como hombre millennial heterosexual, que me guste Fight Club es un cliché.
Pero ¿por qué?
¿Por qué esta película resuena tanto en mi generación y en las que han seguido? ¿Cómo es que, a más de 20 años de haber salido, se mantiene tan vigente en la cultura?
Recuerdo muy bien la sensación después de mi primera vez —shoutout a mi primo Paco por insistir en que tenía que verla—. Como una paliza mental. Una frase tras otra, los diálogos se sentían como versículos que había que recordar.
Años después, luego de haberla visto tantas veces, sobreanalizado, leído y visto análisis de otras personas acerca de ella, creo entender por qué. Por qué a los hombres nos gusta tanto Fight Club.
De eso vamos a hablar hoy. Y si crees que esto es un texto solo para hombres, piensa de nuevo. El problema que esta peli exhibe le concierne a la sociedad, en general.
Por cierto, voy a dar por hecho que has visto esta película. Pero si no, te advierto que este artículo contiene spoilers. Muchos de ellos.
“Esta es tu vida y está terminando, un minuto a la vez”
El Narrador (Edward Norton) está atrapado en el infierno corporativo de la vida citadina moderna. En donde los ambientes grises y las personas en modo autómata hacen que todo se sienta una copia de la copia.
Las ciudades, a pesar de estar llenas de gente, no fomentan la conexión humana ni el contacto con la naturaleza. Todo es artificial, todo viene empaquetado en formato individual.
El vacío se llena con materialismo, consumismo y vicios. Una vida de tareas insignificantes que está terminando minuto a minuto, destinada a significar nada para nadie.
Atormentado por el insomnio, el Narrador asiste a un grupo de apoyo para hombres con cáncer en los testículos. No solo para sentirse mejor ante la tragedia de otros, sino para buscar esa conexión humana que le hace falta. La catarsis que alcanza en estos grupos es el gran detonante de su transformación.
“Sin dolor, sin sacrificio, no tendríamos nada.”
La vida era muy dura para nuestros antepasados. Por la mayor parte de la existencia humana, los hombres trabajaban la tierra, conseguían su propio alimento y constantemente tenían que defenderse a sí mismos, a su familia y a su clan o tribu. Viajaban largas distancias. Padecían todo tipo de enfermedades.
Hoy, la mayoría de los hombres vivimos vidas fáciles, en comparación. Llenas de comodidades y siempre buscando nuevas soluciones para hacerlo todo aún más fácil.
Somos sedentarios. Consumimos alimentos procesados y repletos de azúcar. Todo esto nos mantiene débiles, entumecidos, apáticos. Miramos a través de una pantalla las vidas que nos gustaría tener: en una película, videojuegos, deportes y ahora también las redes sociales.
Adictos al placer instantáneo, dóciles y rebajados, somos mejores consumidores. Y si somos mejores consumidores, somos más útiles a la máquina llamada “la economía global”.
De acuerdo con estudios como este, los niveles de testosterona en los hombres han estado bajando considerablemente en las últimas décadas. Al grado en que los jóvenes de hoy presentan niveles que antes se detectaban en hombres de 80 a 90 años.
Algunos efectos de este déficit de testosterona son: depresión, cansancio, falta de ambición, inseguridad y baja libido.
Estas observaciones coinciden con un alza en la tasa de suicidios en hombres, que también se ha disparado en los últimos 20 años.
“¿Qué tanto puedes saber acerca de ti mismo si nunca has estado en una pelea?”
Tyler Durden (Brad Pitt) es la antítesis de todo esto. Es un hombre masculino, seguro, libre. Vive en una pocilga, alejado de las comodidades y las posesiones materiales. Hace y dice lo que quiere y no le importa si eso le incomoda a los demás. No está obsesionado con ser cortés ni agradable. Es la persona que el Narrador lleva toda su vida reprimiendo.
Cuando él hace esta pregunta, lo dice en un sentido literal, sí, pero también se refiere a un problema de fondo. También está preguntando “¿cómo puedes saber de lo que eres capaz si vives evitando el dolor?”.
El golpe, la violencia, es un intento desesperado por sentir algo. Por espabilar, salir del estado adormecido y entrar en contacto con esa energía masculina de la cual la vida moderna nos priva y desconecta.
Es por eso que, luego de sus primeras peleas, el Narrador se vuelve hambriento, hipersexual, desobediente, temerario.
La testosterona evolucionó para aumentar la fuerza y la agresividad, dos herramientas indispensables para que nuestros antepasados pudieran defender a su descendencia. En la película, más y más hombres se unen al club porque redescubren el propósito de su masculinidad reprimida. Para todos ellos e, inevitablemente para quienes estamos del otro lado de la pantalla, se siente como una especie de salvación espiritual. Hay algo ahí que hace click.
¿Te parece arcaico, primitivo, anticuado? Puede que sí, pero no podemos borrar eras enteras de evolución en unas cuantas décadas. No podemos negar una realidad fisiológica.
No se trata únicamente de golpearnos unos a otros para poder sentirnos como hombres, se trata de despertar esa energía poderosa que alimenta la acción, la ambición, el enfoque. Y si tiene que hacerse mediante el ayuno, las duchas frías, la retención de semen, el entrenamiento físico o un buen gancho al hígado, que así sea.
Lo importante es espabilar para poder tomar las riendas de nuestra vida. Reencontrarnos con quienes somos realmente, una vez despojados de nuestras capas de comodidad y anestesia.
“Todos hemos sido criados por la televisión para creer que un día seremos millonarios, estrellas de cine y de rock, pero no será así. Y lentamente estamos asimilando ese hecho. Y estamos muy, pero muy encabronados.”
Una zanahoria cuelga frente a nosotros. La promesa del éxito y la celebridad. El dinero, la fama y el poder. Cualquiera podría lograrlo, se nos dice constantemente. Pero la mayoría no lo hará.
Y con esa promesa como carnada, se nos pide que entreguemos nuestras vidas para construir los sueños de otros. Se nos pide que sacrifiquemos nuestro tiempo valioso en trabajos que nos roban el alma.
Se nos alimenta con información basura, diseñada para sembrar la idea de que las celebridades han alcanzado ese nirvana existencial. Se nos distrae de vivir nuestra vida. De aprender a construir una casa, sembrar un huerto, criar una familia, ayudar a los necesitados. Se nos pide jugar un juego que ha sido diseñado para que nunca tengamos el tiempo ni las ganas de contemplar.
Cuando el fight club se convierte en Project Mayhem, los hombres ya no buscan alivio. Ahora quieren venganza.
El Narrador se da cuenta de que esos hombres a los que quiso rescatar, ahora se han convertido en un ejército de zombis que hacen lo que él les diga, sin cuestionar. Ni siquiera puede entregarse a la policía, ya que ellos mismos son parte del proyecto. Las cosas se han salido por completo de las manos. Es algo más grande que él. Algo que está a punto de causar un enorme caos en la sociedad.
Para mí, esta es la parte en la que la historia se convierte en un relato admonitorio. Una advertencia del gran poder latente en los hombres. Cualquiera que logre despertarlos y unirlos, podría hacer uso de ese poder a su antojo.
Yo creo que hay otra manera.
Como sociedad, podríamos comenzar por dejar de satanizar la masculinidad. Permitirle a los hombres ser fuertes, asertivos y activos sin exigirles que lo sean. Fomentar espacios en donde esta energía pueda ser liberada y canalizada sin que se le tilde de tóxica.
Por supuesto, no queremos vivir en un mundo violento. Pero reprimir cualquier resquicio de violencia tampoco es la solución. Podríamos entenderla como parte de nuestra naturaleza y encontrarle usos y aplicaciones.
Como hombres, podríamos dejar de escuchar al dictado cultural y crear nuestras propias definiciones de éxito y propósito en la vida. Decidir que queremos más de la vida que vivir pegados a pantallas, evitando el dolor y el sacrificio hasta que el tiempo se nos termine.
Podríamos empezar por ahí.
“Es solo después de haber perdido todo, que somos libres para hacer cualquier cosa”
Fight Club pertenece a un grupo de películas que salieron más o menos en la misma época, en el cual incluyo a Matrix y American Psycho, cuyo mensaje resuena como una alerta de los peligros del aletargamiento y la inercia de la vida moderna. De la elección entre vivir una realidad a medias o buscar romper el molde para encontrar la verdad y la belleza. Y de cómo esa búsqueda también puede salir mal.
Curiosamente, los problemas que plantean estas películas son aun más vigentes hoy que hace 20 años. Hoy, que nos la pasamos viendo pequeñas pantallas todo el día, más sobrealimentados y sobreestimulados que nunca. Siempre distraídos, siempre escapando.
Me alegra, entonces, que tengamos estos documentos para consultar y entendernos a nosotros mismos. Fight Club retrata la masculinidad decadente, pero ofrece la esperanza del antídoto.
Si no podemos reconciliarnos como sociedad con la masculinidad, estamos condenados a reprimir a la mitad de la población hasta el punto de ebullición.
Nota: esta pieza está basada en varios video-ensayos que analizan la película, principalmente los de Moon, Antioptic y Tyler Mowery. Recomiendo mucho verlos.