Kendrick Lamar y la muerte del álbum
¿La era del streaming está aniquilando al formato de larga duración?
El álbum musical está muerto.
O al menos así lo hemos leído una y otra vez. En honor a la verdad, al álbum lo han estado matando desde hace más de 10 años. Y nomás no se muere.
Prueba de ello es que hace unas horas salió uno de los más esperados de los últimos tiempos: el nuevo álbum de Kendrick Lamar, Mr. Morale & The Big Steppers.
Lo cierto es que, si no está muerto, el formato sí está en crisis. Cada vez hay menos artistas que ponen el empeño y la dedicación necesarios para construir una experiencia sonora holística.
Vivimos en la era del streaming y los períodos de atención reducidos. La era en la que la tecnología lo hace todo eficiente y rápido. Como en los demás aspectos de la vida moderna, la gratificación debe ser instantánea.
Y en esas condiciones, el álbum carece de sentido. Excepto, claro, para los románticos empedernidos que se encuentran en ambos lados del binomio artista-audiencia.
Esta es la historia de cómo llegamos aquí. Y de qué significan proyectos como Mr. Morale para el futuro de la industria y el consumo de música.
El álbum existe gracias a las limitaciones de los formatos físicos en los que se solía consumir la música. Todo acerca de un álbum, desde el tiempo de duración hasta su concepción como una obra cohesiva, es consecuencia de estas limitaciones.
El disco de vinilo es el formato original. Con alrededor de 50 minutos disponibles, el concepto mismo de álbum surgió a partir de él. Cuando la gente compraba uno, se llevaba un objeto más grande aún que un libro, casi como una pintura. Podían admirar el arte de la portada y leer las letras de las canciones. Se generaba una conexión emocional fuerte con la obra.
Luego vino el cassette. Aunque mucho más pequeño, este adorable formato con el cual creció mi generación no presentaba cambios en la capacidad y la manera de reproducir la música. Hasta ese punto, como ocurría con las películas antes de que existiera el home video, había que escuchar el disco completo y de principio a fin. Se podía cambiar y saltarse canciones, sí, pero no era muy práctico. En ese sentido, el artista tenía todo el control sobre la experiencia del oyente.
El CD cambió esto. Con solo apretar un botón, ahora podíamos navegar rápidamente entre el tracklist de un álbum. Aun así, seguía existiendo la limitación de la capacidad de almacenamiento.
Y luego llegó el MP3. Y ahí sí, el paradigma mutó para siempre. La gente siguió comprando música, sí. Pero ya solamente pagaba por las canciones que quería. Además, con la popularización del iPod y reproductores similares, ahora podíamos elegir el orden en el que escuchábamos las canciones y si las mezclábamos con otras que no pertenecían al mismo álbum. Por ejemplo, en una playlist.
De vuelta al streaming. Desde hace muchos años, la mayor parte del público prefiere escuchar música en la forma de listas de reproducción o canciones aisladas que como álbumes.
En otras palabras, el escucha moderno ha tomado en sus manos la tarea de curar y editar su propia experiencia musical, en vez de aceptar lo que los artistas quieren imponer. En la era del acceso rápido y el consumo personalizable, nos cuesta trabajo sentarnos una hora a escuchar un álbum de principio a fin.
Atención dispersa, le llaman.
Los artistas han tomado nota. Drake, por ejemplo. El principal contendiente de Kendrick Lamar por el trono del hip hop, se ha dedicado a sacar sencillo tras sencillo, colaboración tras colaboración. Cuando publica un álbum, suele ser larguísimo y sin una narrativa conductora ni concepto detrás. Incluso a uno de ellos, en vez de álbum le llamó playlist, tal cual.
Es difícil culpar a estos artistas por adaptarse a la realidad y buscar sacarle el máximo provecho. ¿Para qué invertir el tiempo —y el dinero, que es mucho— que toma hacer un álbum como los de antaño, si el público no lo va a escuchar?
La estrategia de Drake (que ha sido imitada en toda la industria) ha demostrado ser comercialmente exitosa. A final de cuentas, la insaciable máquina de imprimir billetes demanda esta evolución. El algoritmo mismo de las plataformas favorece que los artistas ingresen más dinero con este método.
Todo parece indicar que esta es la dirección que está tomando la industria musical. El álbum, en el plano de la lógica del mercado, está desahuciado.
Tal vez recuerdes a Kendrick Lamar por el show de medio tiempo del pasado Super Bowl. O por esa vez que incendió un escenario lleno de policías durante su presentación en los Grammys.
El nativo de Compton, California, lleva años consolidándose como el storyteller más talentoso y visionario de la industria. Nadando a contracorriente, se dedicó a elaborar álbumes cargados de temáticas pesadas, distintos niveles de significado, simbolismos y narrativas complejas. Y todo mientras expande las fronteras sonoras del género con instrumentales que divergen de las tendencias dominantes.
Su aclamado Good Kid, M.A.A.D. City (2013) se siente como una película completa con sus personajes principales y recurrentes, viaje, conflicto, dilema moral y clímax.
Su siguiente esfuerzo, To Pimp a Butterfly (2015), es una experiencia teatral de digestión lenta. Mientras que las letras giran alrededor de las aflicciones de ser negro en Estados Unidos, la música es un homenaje a la historia de la influencia negra en la cultura, con momentos de soul, funk, R&B y jazz.
En 2017 recibió el Pulitzer por DAMN, su cuarto álbum de estudio y hasta ayer en la noche, el último. En ese lapso de cinco años, apenas ha sacado un puñado de sencillos y colaboraciones. En contraste con la obsesiva omnipresencia en redes sociales que parece ser obligatoria para cualquier artista en nuestros tiempos, de Kendrick no se supo casi nada en todo este tiempo.
En agosto de 2021 reapareció para compartir un misterioso sitio web, a través del cual enviaba un mensaje justificando su silencio y prometiendo un regreso. Hace unas semanas, en ese mismo sitio, fue revelando poco a poco los detalles del disco, como su nombre y la fecha en la que saldría. No de una forma convencional, sino sutilmente, a manera de pistas. Generando conversación.
Apenas antier publicó la portada del proyecto y tenía a todo mundo descifrándola. Y es que la atención al detalle es tal, que tanto fans como críticos ubican que cada portada de sus discos anteriores ha sido una representación visual precisa del concepto.





Esta estrategia está en conflicto con la tendencia de publicar la mitad de un álbum en la forma de sencillos a lo largo de los seis meses antes de que salga el disco completo. Ya sabes, para optimizar el número de streams. Una tendencia, por cierto, que debilita el impacto del álbum y, en cierta forma, lo menosprecia.
Mientras escribo esto, termino de escuchar por segunda vez en la noche el Mr. Morale. Es muy pronto, claro, para decir algo significativo, pero lo que sé desde ahora es que está a la altura de su trabajo anterior. Hay una narrativa cohesiva y un paisaje sonoro intrigante. Hay drama, hay comedia y hay momentos eureka.
Y el tema es que solo un álbum puede brindar una experiencia así. Tal vez ya no haya un formato físico que demande que la música sea presentada de esta forma, pero hay otras razones para hacerlo. Por ejemplo, la posibilidad de contar una historia o la capacidad para capturar un momento específico en la vida y la carrera del artista.
Entiendo bien que Lamar no es el único creando álbumes con un gran concepto detrás. Pero, honestamente, me cuesta pensar en muchos artistas que todavía le pongan ese nivel de intención al hacerlo. Y lo que es más, parece ser algo reservado para artistas consolidados, de manera que puede venirse una generación entera de actos musicales que jamás hicieron uno.
Del lado de la audiencia, me rehúso a admitir que ya estemos tan condicionados por nuestros teléfonos que ahora seamos incapaces de sentarnos una hora a apreciar un álbum. Me bajonea pensar que soy parte de las últimas generaciones que puede hacerlo.
Cuando los algoritmos musicales quieren mantener a los escuchas en una zona de confort en vez de retarlos, voto por hacer conciencia del fenómeno y replantearnos nuestros propios hábitos de consumo. No tenemos que seguir alimentando al monstruo que obliga a los artistas a sacar una canción cada dos meses y publicar en Instagram cada dos horas. A decir verdad, es un sistema insostenible.
Tal vez el álbum no se muera nunca, pero me da la impresión de que si cada vez son menos los artistas que se esfuerzan por crear una obra relevante y menos los escuchas que son capaces de apreciarla de principio a fin, será difícil preservar un formato impráctico, lento y costoso.
Para mí, vale la pena luchar por el álbum como se lucha por una especie amenazada. Ya no como formato, sino como una manera de abordar la creación de música y una forma de disfrutarla.
Dejo por aquí el Mr. Morale & The Big Steppers, por si quieren darle una oportunidad. ¡No se vale saltarse canciones!
Ojalá que los reportes de la muerte del álbum sigan siendo altamente exagerados por muchos años más. Ojalá que Kendrick y quienes aún dedican años enteros a trabajar en álbumes puedan inspirar a las generaciones que siguen y contribuir a preservar el álbum como forma de expresión artística.