Las franquicias están asfixiando al cine
El huevo o la gallina: ¿sólo queremos ver películas de superhéroes o es lo único que hay en el cine?
Dicen por ahí que el cine es el arte más completo, porque combina varias disciplinas. Por algo ha capturado la atención del ser humano durante más de un siglo.
Pero la industria del cine cambia. Ha cambiado a lo largo del tiempo y en la última década lo ha hecho aceleradamente. Y en estos cambios, el cine se ha ido asemejando más a un producto de consumo que a un arte, como tal.
La glotonería de los conglomerados del entretenimiento, que están en una misión por comérselo todo hasta que, al final, solo queden dos compañías y una adquiera a la otra. La mina de oro en la que se convirtió el género de los superhéroes. El crecimiento de las plataformas de streaming y su big data como estudio de mercado. Todo esto ha contribuido a este cambio acelerado.
La producción de cine por parte de los grandes estudios es actualmente una máquina fría y calculadora. Podría argumentarse que la motivación de maximizar las ganancias de cada inversión siempre ha sido la prioridad, pero últimamente se siente como la única motivación.
La desconexión entre la parte financiera y la parte creativa o artística es más evidente que nunca. Los estudios insisten en secuelas, precuelas, remakes, spin-offs, historias basadas en franquicias, lo que sea que garantice un retorno seguro. Lo que sea para reducir el riesgo y aumentar la ganancia.
Pues claro, es un negocio, ¿no?
Lo es. Pero es un negocio basado, en principio, en la producción de arte, belleza, historias. Y hay una especie de paradoja en el estado actual de las cosas.
El llamado Universo cinematográfico de Marvel es un ejemplo de esto. No seré tan cínico como para negar que hay un mérito creativo en la forma en la que Disney ha tejido las diferentes historias para crear una megasaga. Incluso hay que reconocer que en ese sentido han innovado. Pero también es cierto que hay un truco de marketing ahí, en la idea de que tienes que ver todas las películas para poder seguir la línea y entender la gran historia en su totalidad. Y lo que hacen con esto es que la gente vaya a ver las películas, sin importar qué tan buenas sean —hay de todo, la verdad—.


Las salas de cine, por su parte, prefieren dar el 80% de sus espacios a este tipo de películas y, de nuevo, es difícil culparlos. ¿Para qué van a exhibir producciones independientes si nadie va a verlas?
Hay un problema tipo el huevo y la gallina aquí. ¿El público sólo quiere ver películas de superhéroes o es casi lo único que se encuentran en la cartelera? ¿La responsabilidad recae en los estudios porque solamente invierten en producir estas películas? ¿Recae en los complejos de cine porque les otorgan la mayoría de las salas? ¿O en el público porque en apariencia es lo único que están dispuestos a pagar por ver?
Y si el público solo paga por ver películas hipercomerciales, repletas de efectos visuales, con tramas predecibles y diálogos sosos, ¿es porque han sido educados con este mismo propósito? A final de cuentas, producir, distribuir y exhibir películas que se salen de la fórmula resulta muy riesgoso. Tiene sentido, entonces, que los mismos estudios le den prioridad a la fórmula como un método para asegurar un retorno, lo cual resulta en una escasez de películas con historias originales, enfocadas en personajes más que en explosiones. Y ya hay toda una generación que ha crecido dentro de este paradigma. Y si esta generación no conoce otra cosa, ¿cómo no va a pedir más de esto? ¿Cómo va a querer ver algo diferente?
Martin Scorsese le entró a esta discusión hace un par de años, a través de una entrevista y una editorial en el New York Times. En la segunda, ahondó en su crítica: su preocupación es que el sistema de reducción del factor riesgo termine por borrar por completo cualquier tipo de cine que no se ajuste a las fórmulas.
En este contexto han surgido también las salas de cine independiente. Este modelo de negocio apela a la nostalgia, pero no en la manera en la que lo hacen los estudios con las secuelas y remakes. Aquí lo que se pretende retomar es esa vieja experiencia de ir al cine a ver una historia inesperada, la obra de un artista dispuesto a tomar, precisamente, riesgos.
A pesar de que me parece extraordinario que las cintas independientes tengan aún espacios para poder ser exhibidas en pantalla grande, la cruda realidad es que estos cines apenas se mantienen. Incluso, durante la pandemia, muchos de ellos cerraron.
Lo que veo es una polarización en la creación y consumo de cine. Hay cine independiente muy bueno, eso es cierto. Pero también lo es que buena parte de este cine no es muy accesible que digamos. El punto medio entre este cine y el de franquicias parece haberse desvanecido. Y es esto lo que en realidad resulta preocupante, porque este punto medio es el que siempre ha actuado como una especie de puente entre ambos extremos del espectro.
Este punto medio es el lugar en donde pudo nacer un Tarantino, un Nolan, un Spielberg, un Fincher. Todos ellos hijos de la tensión que describe Scorsese en su texto, esa que se generaba entre los cineastas y los estudios, un estire y afloje que obligaba a ambas partes a ceder para que las películas que llegaban a los cines fueran, al mismo tiempo, fascinantes y rentables.
Este punto medio es la prueba de que no es o una cosa o la otra. No tiene que haber solamente películas ubercomerciales y películas uberintelectuales. Podría apostar a que la mayoría del público prefiere este punto medio, ese que es casi imposible recuperar bajo las circunstancias actuales.
En la inercia de crecer sin parar, los conglomerados compran más y más estudios, empresas y franquicias. Para poder recuperar estas inversiones, producen este cine algorítimico, calculado, robótico, sin alma. Masacran a las franquicias que adquieren y las despojan de todo lo que hizo que el público las amara en primer lugar.
Computadora, inserta: posturas políticas de moda, momentos memeables, autoreferencias, efectos visuales. ¡Producir película!
Pero como no dejan de hacer dinero, no cambian el modus operandi.
Es por eso que creo que la pelota está en la cancha de nosotros, la audiencia. Pienso que, en concreto, hay dos cosas que podemos hacer.
Una es ir a las salas de cine independiente para fortalecer a este sector. O, cuando menos, ver más cine independiente en las plataformas de streaming.
La otra y aún más importante es dejar de asistir al cine sólo porque sí. Sólo porque hay que ver la nueva de la Franquicia X para poder estar en la conversación y entender los memes. Sólo porque es lo que hay en las salas o en las plataformas de cine en casa. Sólo porque da flojera ser más activos en nuestro consumo de entretenimiento.
Si dejamos de aplaudir y de retribuir con nuestro dinero a la máquina productora de cine algorítmico y si fortalecemos a los actores en la industria que luchan por rescatar la creatividad, tal vez podamos recuperar el cine de las buenas historias. El cine de las ideas provocadoras, la innovación, la exploración de la naturaleza humana.
Lo demás, está fuera de nuestro control. No podemos pedirle a los ejecutivos al mando de Disney o Netflix que dejen de pensar que se tiene que crecer para siempre, ininterrumpidamente, al infinito —a pesar de que no sea sostenible—.
Solo nos queda hacer un esfuerzo por manipular la dirección de este crecimiento, si es que de verdad queremos detener la tendencia actual.