¿Por qué vemos películas y series?
Esta pregunta me ha estado dando vueltas últimamente. Será porque quiero justificar el tiempo que dedico a hacerlo.
Hay una respuesta obvia: consumimos entretenimiento porque nos distrae de la vida, nos da algo de qué hablar y, en tiempos recientes, nos ayuda a entender memes.
Esas razones son irrefutables, pero no son toda la verdad. De hecho, son apenas la superficie.
Si también quieres una justificación para esas horas de ocio, buenas noticias: es posible que hoy la encuentres aquí.
Vamos a darle un repaso a la historia de las historias. Entender por qué somos adictos a ellas cambiará por completo tu manera de ver, procesar y apreciar las historias que consumes.
“Las historias tienen que contarse o se mueren, y cuando se mueren, no podemos recordar quiénes somos y por qué estamos aquí.”
-Sue Monk Kidd
Hace un tiempo vi una película, tal vez era una serie. No me preguntes cuál, no me acuerdo.
Un personaje describe su propia teoría acerca de los hombres que pintaron sus manos en las cavernas. Piensa que tal vez el artista primitivo, aturdido por su propia mortalidad, nos saluda a través del tiempo, como queriendo cruzar hacia nuestra dimensión.
“Aquí estuve yo”
No es casualidad que en nuestro idioma usemos la misma palabra para hablar de las historias que para hablar de la historia. Es porque esa gran historia se conforma de millones de relatos, puntos que unimos para entender quiénes somos.
El novelista inglés Ian McEwan escribe que, al leer las observaciones científicas hechas a tribus de bonobos, uno puede ver ensayados los principales temas de la novela británica del siglo XIX, incluyendo: conformación y ruptura de alianzas, luchas de poder, venganza, duelo, conspiración, cortejo correspondido y no correspondido.
Estas temáticas ancestrales se presentan una y otra vez en nuestros relatos porque esa es una de las grandes funciones de las historias: unir y explicar la experiencia humana a través del tiempo.
Ver, leer o escuchar un relato nos hace sentir humanos, nos conecta con nuestros semejantes del pasado, del presente y del futuro. El hombre que plasmó su mano en la caverna parecía entenderlo.
No siempre tuvimos ese concepto tan sofisticado del tiempo. De hecho, se lo debemos en gran parte a los relatos mismos, que fueron clave en el desarrollo del entendimiento humano, en particular en nuestra capacidad para referirnos a sucesos que pertenecen a un tiempo y lugar diferentes a los actuales.
Toma un momento para imaginar cómo sería nunca poderte referir a cosas que sucedieron, sucederán, podrían suceder, podrían haber sucedido, deberían de suceder, etcétera. Ahora, considera todas las oportunidades para transmitir aprendizaje que llegaron con esta capacidad.
Contar historias está tejido en el cableado de nuestro cerebro. Dicho de otra forma, nunca hubiéramos podido ser humanos sin ellas.
Tal vez eso explique los resultados de este estudio de la Universidad de Princeton, que demuestran que los niveles de oxitocina incrementan cuando escuchamos una historia que nos resulta interesante. Esta hormona está relacionada con la empatía, el aumento de la confianza y la reducción del miedo social.
En el mismo estudio descubrieron que, al escuchar una historia bien contada, el oyente presenta actividad en las mismas zonas del cerebro que el narrador, como si estuvieran sincronizados.
Es decir, que cuando somos expuestos a una historia que nos engancha, nuestro cerebro reacciona como si la estuviéramos experimentando nosotros mismos.
Esta capacidad de transmutar y teletransportarnos tiene aplicaciones poderosas. ¿Para qué se usaba este súper poder antes de que fuera mero entretenimiento?
Imagina a un grupo de cazadores-recolectores, sentados alrededor del fuego. Alguien cuenta una historia con una moraleja relacionada a la recompensa de colaborar en grupo y el castigo que enfrentan los que rompen las normas.
Estas historias las contamos desde que podemos hablar, posiblemente antes. Las historias originales buscaban marcar una ocasión, dar un escarmiento, alertar de un peligro o explicar lo inexplicable. Aunque no tenemos registro de ellas, podemos darnos una idea gracias a las primeras representaciones visuales que dejaron nuestros ancestros —precisamente, las pinturas rupestres—.
De acuerdo con este estudio de la University College de Londres, las historias son una manera efectiva de fomentar la cooperación social y enseñar normas sociales.
Tomando esto en cuenta, no sorprende que gobiernos y religiones alrededor del mundo hayan sido fundados sobre una base de narrativas, siempre orientadas a regular el comportamiento, exaltar al colectivo e inducir un sentido de pertenencia. Esa descarga de oxitocina hace que una sola historia pueda generar una conexión fuerte con nuestros pares.
Otra aplicación de los súper poderes de las historias es más individual.
Los relatos permitían a nuestros ancestros imaginarse a sí mismos en situaciones de peligro. A la vez, podían imaginar qué harían en dichas situaciones y practicarlas antes de que ocurrieran. Si llegaban a estar en medio de ellas, tendrían más probabilidades de sobrevivir que si los tomara desprevenidos.
Gracias a las fuertes reacciones a nivel emocional y hormonal, las historias se hacían adictivas, lo cual facilitaba que siempre anduvieran en busca de nuevos relatos que les permitieran desarrollar nuevas estrategias.
Ok, pero
¿qué significa todo esto?
“A veces, la realidad es demasiado compleja. Las historias le dan forma.”
-Jean Luc Godard
La supervivencia está dominada por la mayoría de nosotros. Los discursos nacionalistas y religiosos no tienen la misma influencia que antes. Pero nosotros seguimos consumiendo historias. Y ellas siguen teniendo el mismo efecto en nuestro cerebro.
Pienso que, ya sea que lo hagamos conscientemente o no, utilizamos las historias para imaginarnos en todo tipo de situaciones. Para explorar emociones que nos son ajenas. Para entender la perspectiva de alguien más.
Las historias nos permiten jugar a ser el otro de una manera que se siente muy real. Así, no solo aprendemos de nuestra propia vida y experiencia, sino también de la infinidad de mundos creados a los que somos expuestos.
Estos aprendizajes, nos guste o no, terminan por influir en nuestra forma de ver el mundo. En nuestro propio comportamiento y reacción ante una situación dada.
Precisamente porque somos adictos a las historias y porque vivimos en una era en la que estamos saturados de ellas, quizá valdría la pena ser más intencionales al momento de consumirlas.
Ver películas y leer libros de fantasía no es una pérdida de tiempo. Es una de las cosas más humanas y naturales que puedes hacer. La cosa es tener claro para qué.
Podemos caer en la tentación de devorar temporadas enteras en un fin de semana, siempre en busca de la siguiente historia, como un adicto que actúa por reflejo.
O podemos regalarnos la oportunidad de meditar en lo que vemos y escuchamos. Explorar las razones por las que algo resuena en nosotros. Dar un tiempo para que la información se asiente y sea digerida.
La diferencia entre disfrutar una copa de vino por las noches, poniendo atención al sabor y las características, y tomar durante todo el día sin saber realmente por qué, solo porque sientes la necesidad de hacerlo.
Desde luego, regular nuestro consumo de entretenimiento es luchar contra la estrategia de las plataformas de streaming y sus interfaces, diseñadas para mantenernos enchufados.
Hacerlo podría implicar el descubrir un gusto renovado por la magia de las historias y una experiencia mucho más enriquecedora.
Esta reflexión sobre el poder la narrativa me hace pensar en los arquetipos sociales que Jung descubre en el inconsciente colectivo; personajes que habitan nuestra mente desde que nacemos. ¿Acaso nuestras historias personales se suman a ese cúmulo de arquetipos para dar paso a historias universales?
Pareciera entonces que así como hay personajes arquetípicos, también hay historias arquetípicas que nos repetimos en diferentes versiones una y otra vez. Así lo veo en el cine y las demás formas de expresión narrativa. Los personajes que protagonizan esas historias representan aspectos inherentes en las sociedades humanas que provienen, paradójicamente, de nuestras experiencias individuales, de nuestras historias personales.
Contar nuestras historias se convierte entonces en un acto creativo y fundacional para las sociedades venideras.